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La Mente de Cristo

Nuestro hermano Juan Antonio propuso en la mañana que cada persona trajera algo de pan para migas, cortamos esos panes y lo juntamos en una olla de la cual todos tomamos con vino. De esta manera nos acordamos de los símbolos de la Eucaristía que nos ayudan a conectar con la obra de Cristo en la cruz entre villancicos navideños que inaguraban el tiempo de Adviento.



Después nuestra hermana Mara facilitó el encuentro y leyó el siguiente texto:

“No seáis como el caballo o como el mulo, sin entendimiento…”. Sal. 32:9.

Los signos de nuestro tiempo son una invitación a no pensar. ¡No tenemos tiempo! O, mejor dicho, nuestra creciente incapacidad para organizar el tiempo nos lo impide. No me refiero a los momentos necesarios en los que nos dedicamos a ejercer como espos@s, padres o abuel@s,etc. Hablo del tiempo que consumimos de manera compulsiva empujados por esta sociedad de la distracción que nos hipersolicita y nos convence de que tenemos muchas cosas que hacer: cocinar como un auténtico chef, tener un cuerpo diez, vestir lo más cool, ver muchos espectáculos y, claro, contar todo esto a nuestro amigos, conocidos y seguidores en redes. 

 Para poder pensar necesitamos tiempo, concentración y, sobre todo, la voluntad de pensar. 

**¿Por qué es tan importante? En un mundo relativista, donde todo es cuestionable y cada cual es dueño de sus ideas y creencias, con frecuencia se confunden las emociones y los pensamientos. Las emociones son inmediatas, surgen, nacen en nosotros. Producirlas no cuesta esfuerzo alguno. Por el contrario, la reflexión del pensamiento es un trabajo arduo que requiere tiempo y esfuerzo. Pero, si al final, como sucede tantas veces, todo se mezcla como una masa indistinguible 

**¿para qué molestarnos en activar la inteligencia si podemos tirar directamente de las emociones para generar ideas? Es toda una invitación a pensar lo menos posible inclinando la balanza a favor de los sentimientos. El problema es que, si somos perezosos intelectuales, no nos debe sorprender que nuestra sociedad actúe más como anestesia que como despertador, con los peligros que eso conlleva.

Veamos un ejemplo. En la numerosa lista de redes sociales que existen a nuestro alrededor y de las que probablemente formamos parte, nos conectamos con miles de personas. Pero, con el paso del tiempo dejamos de seguir a las que nos molestan con opiniones contrarias las nuestras porque, claro, eso de pensar y evaluar con paciencia la divergencia de criterios, o aprender a convivir con tolerancia y comprensión con la discrepancia no va con nosotros, que hemos aparcado el pensamiento y apostando por el sentimiento sin valorar las consecuencias. 

El problema es que, a medida que crecen las distancias con los otros, la propia inteligencia artificial de esas redes sociales se pone en marcha. A partir de ahí, las cosas que no nos gustan desaparecen de nuestra vista y se nos sugieren nuevos contactos que piensan como nosotros. Al cabo de unos meses, sin que nos hayamos dado cuenta de lo ocurrido, nos habremos entregado de manera instintiva e impulsiva, imitando al caballo y al mulo del salmo, a una máquina de confirmar nuestro pensamiento, a piñón fijo, o sea, todo pasa a ser sola y exclusivamente del color con el que lo miramos: o blanco o negro. El problema es que, cuando todo el mundo piensa así de igual está claro que alguien ha dejado de pensar. Y, lo que es aun más importante, con ese modo de proceder acabamos fabricando burbujas ideológicas, que fragmentan la convivencia, levantan muros de incomprensión y polarizan las relaciones interhumanas. Y si no, que nos lo pregunten a los ciudadanos de este país en el que dialogar con las personas que no piensan igual se ha convertido en misión imposible.

 Preguntas:

¿Podemos valorar las consecuencias de seguir por ese camino? ¿Qué podemos hacer para confrontar estas tendencias que imposibilitan la convivencia y la fraternidad? 

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros”. Fil 4:8-9.

Cada día pasan por nuestra mente entre cuarenta y sesenta mil pensamientos. Y, muchas veces, se comportan de una manera anárquica y caprichosa. Buena parte de los problemas que afectan la esfera de nuestra intimidad están causados, no tanto por lo que nos ocurre, sino por lo que nos decimos un día tras otro en nuestro monólogo interior  con todo el caudal de pensamientos y emociones que recibimos por tierra, mar y aire. Por tanto, importa preguntar 

**¿De qué están cargados nuestros pensamientos?

 Con frecuencia, lo están de pesimismo, desesperanza, crítica, indiferencia y rechazo. No hay que hacer ningún esfuerzo para que estas cosas aniden en el corazón. Y son ellas, precisamente, las que alimentan lo peor de nosotros porque nos colocan en una espiral de negatividad, retroalimentada por el mundo en el que vivimos y las influencias que de él recibimos.

Lo que hacemos y, más aún, lo que somos, se gesta en nuestros pensamientos.

 **¿Qué pasaría si fuésemos capaces de pensar, como plantea aquí el apóstol, en todo lo verdadero, lo justo, lo puro, lo que es de buen nombre, lo amable?… ¿Qué pasaría? 

Si funcionásemos así, esa experiencia no permitiría que nuestras vidas fueran estériles, ni nos dejaríamos formatear por lo valores de este mundo, ni nos conformaríamos con ser sumisas ovejas de la manada del pensamiento único, ni seríamos tan insensibles con los criterios de los demás, porque entonces estaríamos encarnando la mente de Cristo aprendiendo a pensar como él pensaba y a vivir como él vivió. 

 Concluimos con este versículo 

1 Co. 2:16. Dice las escrituras

"¿Quién conoce la mente del Señor?

¿Quién podrá instruirle?

Sin embargo nosotros tenemos la mente de Cristo Jesús."

"La Palabra de Dios puede estar en la mente sin estar en el corazón; pero no puede estar en el corazón sin estar primero en la mente."

El texto nos permitió dialogar, entre lo que se expresó comentamos que hacer cuando por nuestra cabeza pasan tantas ideas y muchas de ellas no son las mejores estrategias para satisfacer nuestras necesidades, ni para expresar nuestras emociones. Hablamos sobre que es en realidad pensar en algo "de buen nombre". Hablamos de la desconección de nuestra mente y corazón... y entre reflexiones, oraciones y risas, junto a las personas más peques celebramos que Jesús nos ha unido como familia en el Amor de Dios. 

Estos videos y fotos captan un poco de la alegría que el Espíritu Santo trajo a este tiempo de comunidad:
















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